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Robert Furchgott, el científico que acabó con la impotencia sexual

El creador del Viagra, la famosa píldora que revolucionó la industria farmacéutica, es dueño de una historia que deja lecciones a empresarios y científicos. Recibió el Nobel de Medicina en 1998 y es considerado uno de los farmacólogos estadounidenses más destacados de la historia.

Robert Furchgott, el científico que acabó con la impotencia sexual

De las crisis, los accidentes y el caos suelen surgir siempre nuevas oportunidades. Y la prestigiosa carrera de Robert Furchgott puede dar fe de esto: el descubrimiento más importante que hizo, que luego se transformaría en el Viagra, la célebre píldora contra la disfunción sexual, tuvo como origen precisamente en un accidente. Corría 1978 cuando Robert tuvo su primer encuentro con el monóxido de nitrógeno, gas incoloro e inodoro que descubrió durante un experimento y que tanto a él como a millones de personas, le cambiaría abruptamente la vida, para bien.

Sin saberlo -o mejor dicho, sin buscarlo-, se topó con un gas que una vez explorado, pasó a jugar un papel determinante en el sistema cardiovascular humano y en la regulación de la presión y la circulación sanguínea. El hallazgo se produjo en la Universidad Estatal de Nueva York, Furchgott, que tenía entonces 62 años, y su ayudante John Zawadzki descubrieron que los vasos sanguíneos se relajaban al añadirles ciertos agentes farmacológicos, como la acetilcolina.

Tras varios estudios llegaron a la conclusión de que, al frotar los vasos, estaban eliminando una capa de células que los reviste interiormente, el llamado endotelio. Esta capa estaba liberando una sustancia que permitía esa relajación, y ellos la bautizaron como factor relajante derivado del endotelio. Luego, sólo fue atar cabos y descubrir nuevas aplicaciones para el hallazgo.

 

La unión hace la ciencia

Tras este hecho, Furchgott dejó su primer legado. En lugar de avanzar solo o llevarse todo el crédito, decidió ampliar su base de investigación. Así se unió a Louis Ignarro, un colega de Los Angeles y a Ferid Murad. Ocho años después del primer evento, lograron comprobar que ese gas era monóxido de nitrógeno, presente en el humo del cigarrillo y en motores de autos.

El descubrimiento permitió comprender el mecanismo de acción de los nitritos y nitratos vasodilatadores, fármacos ampliamente utilizados contra la enfermedad coronaria. Además, el gas inhalado ha empezado a emplearse con éxito en una enfermedad grave que tienen algunos niños recién nacidos: la hipertensión pulmonar primaria.

Tanto Furchgott como sus colegas estaban haciendo ciencia, historia. De repente todo giró en torno a este gas, a analizar todo lo que era capaz de sumar para evitar y enfrentar enfermedades relacionadas a la sangre. En una de sus tantas conclusiones entendieron que el óxido de nitrógeno, dadas sus características podría ser la herramienta contra la disfunción eréctil. Que sirviera para que los vasos sanguíneos se relajasen y de esa forma el flujo de sangre tuviera la fortaleza que demanda una erección.

La impotencia sexual era un mal generalizado del que se hablaba poco públicamente y al mismo tiempo representaba un problema para el hombre. En consecuencia, Furchgott y sus colegas crearon la píldora que hoy se estima es consumida por 35 millones de hombres solo en Estados Unidos y cambió para siempre la industria farmaceútica.

El Viagra fue presentado en 1996, evaluada durante dos años y en 1998 salió al mercado. Cuando Furchgott falleció en 2009, la píldora era mundialmente conocida, aunque él se mantuvo como un hombre de pocas palabras, de tímidas apariciones en cámara y que puertas para adentro de su laboratorio cada día era una nueva aventura, según describen sus colegas.

 

Su legado

Apasionado en lo suyo, y tras una carrera que empezó en la Universidad de Carolina del Norte y se extendió entre maestrías y más, es recordado al día de hoy no solo por haber descubierto al óxido de nitrógeno y los efectos que causa, sino también por haber sido un científico que desafiaba constantemente lo que investigaba y descubría.

De no ser por su intriga y búsqueda constante de nuevas formas, a los 62 años difícilmente se hubiera montado en un proyecto que supo desde el día uno, llevaría no menos de dos décadas. Las transitó y una mañana fría de diciembre de 1998, un grupo de periodistas lo sorprendió en su casa mientras desayunaba para decirle que había sido galardonado con el Nobel de Medicina. “En algún punto me esperaba que esto pasara, lograr esto fue muy fuerte”, confesó Robert.

Para Furchgott se trató nomás de una consecuencia más de su trabajo, recibió menciones, galardones, pero como todo genio y según su entorno, nunca llegó a tomar dimensión de lo que había descubierto por el solo hecho de que siempre había algo nuevo por inventar.

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